Sin saber qué decir ni qué hacer, releía sus mensajes y visualizaba en mi mente los abrazos y las caricias que me habría gustado darle. También los besos, no sólo en los labios; le besaba la cabeza y la mejilla como tantas otras veces había hecho físicamente.
Maldecía el tener que conformarme con imaginar aquello en lugar de dárselo. Y cabreada por la distancia que obstaculizaba mi deseo de mostrarle mi apoyo, de ayudarle... lloraba cada vez más.
Con manos temblorosas busqué una forma de animarle que, a mi parecer, no dio resultado. La impotencia crecía en mí, rauda y veloz, conspirando contra mi debilitada fortaleza pero yo jamás abandonaría, a pesar de cientos de intentos infructuosos. Debía seguir intentándolo,
Probé con otras palabras. Probé mostrándole mi lealtad, asegurándole que siempre estaría a su lado, pero eso él ya lo sabía. Le dije que estuviera bien... nada. Donde yo intentaba mostrarle apoyo, él veía sufrimiento y desesperación y, en parte, no se equivocaba. Me conocía bien.
Me esmeré y continué, sin tirar la toalla, esperanzada de que alguna de mis palabras calara en él, de que algo funcionara... y de repente, tras una breve despedida y sin esperar respuesta, se marchó.
Autora: Alicia JSAD
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